Los milagros existen y la ciencia también
JEAN MARTIN CHARCOT otorgó hace 150 años a la ELA la nomenclatura que hoy posee. Esclerosis lateral por la pérdida de fibras nerviosas y endurecimiento glial en la zona lateral de la médula y amiotrófica por la atrofia muscular que se produce por inactividad crónica. Esto es, una enfermedad neurodegenerativa letal que conduce a quien la sufre hacia la parálisis total al tiempo que se van perdiendo, paulatinamente, las capacidades de hablar, masticar, tragar e incluso, respirar. Todo ello en unos tres o cinco años. Sucede en dos de cada 100.000 habitantes.
El pasado junio Juan Carlos Unzué anunciaba que le habían diagnosticado ELA. No es extraño que ocurra en un futbolista de élite. En Italia, desde 1960 se han contabilizado 40 casos de futbolistas que han fallecido por esta enfermedad. La angustia creció en la primera década del nuevo milenio con la proliferación de sucesos: Signorini, Lombardi y Borgonovo. Un reciente estudio del Instituto Mario Negri de Milán revela que la frecuencia de ELA entre los jugadores del calcio es 6,5 veces mayor. En España, la relación parece más azarosa.
Antes de Unzué hay que remontarse a los años 80 cuando la padeció Ángel Zubieta. A su condición futbolista se le sumaba la de fumador compulsivo. Caldo de cultivo de la ELA.
El vínculo entre ELA y fútbol ha ocupado los laboratorios de muchos investigadores durante los últimos años. La concomitancia entre ambos parece apuntar hacia los golpes con impacto en la cabeza, suplementos dietéticos, fármacos terapéuticos e incluso toxinas medioambientales aplicadas en los campos. Jimmy Johnstone, Krzystof Nowak o Fernando Ricksen son algunos de los nombres que convalidan estas causas.
A pesar de ello, los libros de medicina estadounidenses recogen este trastorno con el nombre de un jugador de béisbol, Lou Gherig, leyenda de los Yankees. Además de ser seis veces campeón de la Serie Mundial, dos veces MVP de la Liga y All-Star en siete ocasiones, poseyó durante 56 años el récord de la MLB de mayor número de partidos jugados de manera consecutiva. La cifra se paró en 2.130, cuando le diagnosticaron ELA. George Banks, Pete Frates, Gomer Hodge o Joanne Weaver también la sufrieron y también jugaban al béisbol.
Pero hay más casos que gusta contar. Hace diez días, una expedición en la que formaban cuatro deportistas con ELA alcanzaba los 3.718 metros de cumbre del Teide. La pandemia mundial hizo que tuvieran que cambiar su objetivo que en marzo era el Ama Dablam, uno de los grandes picos del Himalaya.
A Asier de la Iglesia le diagnosticaron ELA en 2013 y cinco años después era el jugador más valorado de la Liga EBA. Incluso llegó a debutar en la Liga Endesa con el Guipúzcoa Basket que lo fichó por un partido para concienciar sobre la causa.
Y, cómo no, el caso de Stephen Hawking. El físic o teórico más importante de la historia también fue deportista y también tuvo ELA. Formó como timonel en el equipo de remo de Oxford y con 21 años fue diagnosticado de ELA con un pronóstico de unos tres años de vida. En 2014 aclaró su postura respecto a la religión: “Lo que quise decir cuando dije que conoceríamos ‘la mente de Dios’ era que comprenderíamos todo lo que Dios sería capaz de comprender si acaso existiera. Pero no hay ningún Dios. Soy ateo. La religión cree en los milagros, pero estos no son compatibles con la ciencia”.
Hawking vivió más de medio siglo por encima de su esperanza de vida. Y eso, para escépticos y creyentes, es un milagro.
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